
Hubo un momento, breve pero luminoso, en que Funko todavía buscaba una voz visual más allá de sus cabezones Pop! Ese momento se llamó Vinyl Idolz, una colaboración con el estudio británico A Very Large Evil Corporation, donde el diseño y la caricatura se mezclaron en una serie de figuras que parecían salidas de un cortometraje de animación de los años sesenta. La colección nació en 2015 y murió poco después, pero en su corta vida dejó un rastro que hoy es casi arqueológico dentro del coleccionismo moderno: el intento de Funko por reinventar el juguete de cultura pop con un lenguaje plástico propio.
No era una línea para todos. Donde los Pop! ofrecían minimalismo y ternura, los Vinyl Idolz se movían en la frontera entre lo inquietante y lo cómico. Con sus proporciones estiradas, expresiones exageradas y una atención al detalle que delataba el trazo de su creador —el artista Kibo Kita—, estas figuras no buscaban reproducir al personaje de manera exacta, sino reinterpretarlo. Así, un Dr. Peter Venkman no era tanto Bill Murray como una versión caricaturesca de lo que la memoria colectiva recordaba de Bill Murray en Ghostbusters: las ojeras, la media sonrisa, el proton pack con su peso visual perfectamente modelado. Era la caricatura entendida como homenaje, no como burla.
Las figuras medían alrededor de 20 centímetros (unas ocho pulgadas), lo que las situaba a medio camino entre el juguete y la escultura de estantería. Fabricadas en vinilo sólido, transmitían una densidad física que se percibía incluso a través del plástico del window box, ese embalaje de exposición transparente que muchos coleccionistas preferían no abrir. El acabado del material, ligeramente satinado, ofrecía una textura más cercana a una figura de diseñador (designer toy) que a un producto de masa, lo que acentuaba la sensación de estar frente a algo más experimental que comercial.
Cada caja mostraba un diseño gráfico limpio, con tipografía angulosa y un recorte vertical que permitía ver el cuerpo completo de la figura. No había intención de esconder nada: los Vinyl Idolz estaban pensados para exhibirse como objetos completos, no solo como bustos. El rostro, las manos y la postura del personaje eran igual de importantes que el accesorio que portaba. En ese sentido, el empaque no era solo contenedor, era parte del lenguaje de diseño general.
La primera oleada fue tan ecléctica como ambiciosa. Tres figuras de Ghostbusters (Venkman, Stantz y Spengler) inauguraron la línea en la New York Comic Con de 2015, y con ellas se marcó el tono: culto cinematográfico, estética caricaturesca, y un equilibrio entre humor y respeto. Luego vendrían Marty McFly y Doc Brown, ambos de Back to the Future, con detalles como el chaleco naranja o las gafas de soldador reproducidos con una precisión que no se esperaba en una figura de ese formato. Cada una llevaba el sello de la colaboración con A Very Large Evil Corporation, el estudio londinense conocido por su estilo de animación tridimensional y su humor gráfico.
La expansión fue rápida y curiosamente errática: Napoleon Dynamite y Pedro Sánchez (sí, con errata incluida en algunos catálogos: “Pedro Sanches”) llegaron con sus poses incómodas y su paleta pastel. La serie continuó con Lloyd Dobbler de Say Anything…, Michonne, Daryl Dixon y Rick Grimes de The Walking Dead, para luego internarse en territorio televisivo con un bloque completo de Seinfeld que incluía a Kramer, Newman, Frank Costanza, J. Peterman, Puddy y The Soup Nazi. Cerraban la lista Jeff Spicoli y Brad Hamilton de Fast Times at Ridgemont High, dos guiños finales al cine adolescente de los ochenta.
Cada figura compartía una misma base conceptual: convertir la cultura pop en caricatura tridimensional. Pero esa coherencia artística también fue su condena comercial. En un mercado que ya se había rendido al formato compacto y coleccionable de los Pop!, los Vinyl Idolz eran demasiado grandes, demasiado caros y demasiado distintos. Su escala de 8 pulgadas rompía la uniformidad de vitrinas llenas de Pop! de 10 cm, y su nivel de detalle los alejaba del público casual que Funko ya dominaba. En pocas palabras: eran demasiado buenos para su tiempo, y demasiado personales para una marca que estaba aprendiendo a estandarizar la nostalgia.
El sculpt (escultura base) de cada figura mostraba una comprensión anatómica y expresiva que los Pop! jamás tuvieron. Los pliegues de ropa estaban exagerados, pero con una lógica interna impecable. Las expresiones, entre la caricatura y el retrato, lograban ese punto exacto donde la parodia se vuelve tributo. Y aunque el acabado de pintura no siempre alcanzaba la precisión que la escala merecía —algunos ejemplares mostraban leves fallos en líneas finas o desbordes de color en rostros claros—, el conjunto visual se mantenía sólido, coherente y, sobre todo, distinto.
En cuanto a producción, el vinilo empleado ofrecía una densidad mayor que la habitual en líneas comerciales. No era un vinilo hueco como el de las figuras Pop!, sino un compuesto más pesado y firme. Esa diferencia material, apenas perceptible para el comprador casual, era inmediatamente evidente para cualquier coleccionista que los sostuviera: el centro de gravedad, la estabilidad y el tacto eran propios de figuras de diseño de edición limitada, no de un producto masivo.
El proyecto nunca llegó a una segunda ola formal. Funko se encontraba entonces en pleno auge internacional, expandiendo su dominio del mercado y priorizando las líneas Pop!, Dorbz y Mystery Minis. Los Vinyl Idolz quedaron congelados como una anomalía: una línea que nunca encajó del todo en la estructura de producción ni en la estrategia de licencias. El propio Kibo Kita, el diseñador principal, se trasladó después a Kaleidos Creative, donde continuó explorando un estilo similar en proyectos más independientes. Su influencia aún se nota en ciertos detalles de líneas posteriores de Funko, como las proporciones de Vinyl Sugar o el acabado de Rock Candy.
Hoy, encontrar un Vinyl Idolz en su caja original es un ejercicio de paciencia. No se cotizan como los Pop! más raros, pero su valor simbólico dentro del coleccionismo Funko es mayor que su precio. Representan un momento en que la compañía experimentó con identidad visual, antes de que el mercado la obligara a estandarizar la silueta. En vitrinas especializadas, un Venkman Idolz o un Kramer Idolz destaca precisamente por eso: porque no encaja, porque es testimonio de un intento artístico dentro de una empresa que ya era una fábrica de iconografía.
En perspectiva, Vinyl Idolz fue un intento de romper la homogeneidad que hoy define a Funko. Un proyecto donde la caricatura y la escultura se encontraron en equilibrio. Donde cada figura parecía salida de un corto animado que nunca existió. Y aunque la línea se extinguió tras apenas un par de docenas de lanzamientos, dejó algo que ninguna otra serie de Funko ha vuelto a ofrecer: personalidad. La sensación de que detrás de cada rostro desproporcionado y sonrisa torcida había un artista, no una plantilla.
FUNKO VINYL IDOLZ (2015)
| Característica | Detalle |
|---|---|
| Fabricante | Funko x A Very Large Evil Corporation (colaboración) |
| Diseñador principal | Kibo Kita |
| Material | Vinilo sólido de alta densidad |
| Altura aproximada | 8 pulgadas (20 cm) |
| Año de lanzamiento | 2015 |
| Formato de empaque | Caja con ventana transparente |
| Estilo artístico | Caricatura tridimensional con proporciones exageradas |
| Franquicias incluidas | Ghostbusters, Back to the Future, The Walking Dead, Seinfeld, Fast Times at Ridgemont High, Napoleon Dynamite, Say Anything… |
| Producción total estimada | Menos de 20 figuras numeradas |
| Estado actual de la línea | Descontinuada |
Los Vinyl Idolz fueron un paréntesis en la historia de Funko: la prueba de que, por un breve instante, el coleccionismo pop pudo tener forma, peso y carácter sin dejar de ser juguete. Una rareza que hoy se siente más viva precisamente porque nunca llegó a repetirse.





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